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Carta a una señorita muy lejos de aquí


Tengo la necesidad compulsiva de escribir. He descubierto en mis cuadernos una suerte de máquina del tiempo, donde logro que cada vivencia que escojo, que cada suceso que invento, ancle, se repita, se infinite. Y diría que es una vocación, pero una vocación es un llamado de Dios, y a mí me llamó un trauma. Me arrancó más bien, de la realidad que estaba viviendo, y me sentó a escribir. Y yo de principio lloré mucho, pero me acostumbré. Ahora lo encuentro cómodo. Allá afuera el mundo corre rápido y aquí los instantes no terminan de sucederse nunca. ¿Piensa que es triste? Ya sé. Visto desde su perspectiva seguramente lo es. Pero fíjese que para mí no puede haber sitio más acogedor que mi solitaria habitación. Aquí aun la tengo a usted, siendo parte de mi soledad. Fundamental en mi simpatía por este encierro. No pido mucho supongo. Sufrir en paz me basta (valga la paradoja). Y si es una cuestión ridícula para el mundo, me conformo también con que no me lo comunique. Será mi absurdo afecto por usted un problema psicológico, psiquiátrico. Será un dilema, será no vivir realmente. Pero es lo que he elegido y lo abrazo con tanto cariño todos los días que si me viera hacerlo se enamoraría de mí de nuevo. Me he dedicado, desde aquello, a guardar cada beso, cada mirada, cada sonrisa. Aquella vez que se quedó dormida en mi pecho, aquella que despertó con una caricia mía. Aquella vez que me dijo que me amaría toda la vida. ¿Sabe?, ha sido usted la mentirosa más dulce del mundo. Lo guardo todo en una caja. Lo saco, lo estudio y lo vuelvo a guardar todos los días. Y así lo haré para siempre. Y para siempre es decir mucho tiempo, y de todo ese tiempo dispongo. Para mí solo. Creo que mi miedo es realmente que vuelva, porque no sabría que hacer entre el mito que he hecho de usted y la mentira en la que, después de tantos años, se habrá convertido. No quiero obligarme a elegir, sabiendo que me equivocaría de cualquier manera. Realmente he llegado a disfrutar su ausencia y la congoja que me produce imaginar su vida desde lo nuestro. Así está bien, una pinturita. Usted siendo usted, y yo siendo un puñado de recuerdos y conjeturas sobre que fue de usted. Por eso tampoco leerá este centenar de cartas. Ni usted ni nadie. Soy muy celoso del mundo que me he creado y cuido mucho de que no lo ofendan con opiniones. Los médicos dicen que no está bien, que debiera ser más generoso con mi producción artística, que uno no es artista hasta que otro es testigo de su arte. Pero a mí no me importa. Yo no pretendo ser un Borges. Estoy muy a gusto siendo simplemente un loco con un mundo aparte. Para ellos es fácil; no están aquí, no lo estarán nunca, desamparados ante las críticas de otros. ¿Qué sabrán? Si han nacido perfectos, de saco y corbata, y con esos apellidos europeos que llevan de chapa patente en el bolsillo de la camisa. Así es fácil no estar loco. Si se apellida uno Snaider, Smith, McCarthy o Stegmaier. Yo soy Gómez, y claro, de acuerdo a mi apellido tengo la locura cantada. Pero no es de aquel trauma que quiero hablarle señorita. Bastante tengo con el suyo, como para andarle escribiendo también sobre traumas periféricos. Sólo se lo refiero rápidamente para que le resulte más clara mi postura. En el caso trágico de que este manicomio explote, encuentren esta caja llena de cartas entre los escombros y decidan entregárselas. Puede pasar, aunque suene ilógico, sabrá que este lugar se construyó para concentrar la falta de juicio. Cosas ilógicas suceden aquí todo el tiempo. Incluso por parte de los doctores. Si le diré que llevan años tratando de convencerme para que les lea estas cartas. No sé para qué, saben que no desistiré nunca. Dígame si no es ilógico eso. Hay veces que pasan horas hablándome para que se las muestre. Yo últimamente he optado por no prestarles atención, me abstraigo pensando en chicas desnudas teniendo sexo, pero no conmigo, porque yo sin amor nada. Calculo que es normal en la adolescencia, lo he comprobado con los chicos del pabellón dos, que se pasan todo el día hablando de esas cosas. Yo tengo treinta y cuatro años, entonces debe haber algo en mí que falla, pero me pone contento; quiere decir que soy un loco coherente. Ahora, si a mí me preguntan, esos jóvenes deberían estar todos sueltos, gritando saludables barbaridades a las colegialas por la calle. Hasta que consigan una colegiala cada uno y se enamoren. Y esa colegiala les parta el corazón y tengan excusas para volver aquí. Porque de eso se trata el amor, ¿no? Es un acto de locura, un precipicio al que uno se tira sin sentido, un error irremediable que uno no puede dejar de cometer. ¿Qué sería de mí si no hubiera encontrado el amor, cierto? Nunca hubiese conocido este hermoso lugar, y hubiera tenido que salir a la calle todos los días a ganarme la vida y no podría ser escritor. Recuerde que soy Gómez, y por más cuerdo que hubiese estado, el mundo real no hubiese dejado que un tipo sea escritor con un apellido tan aberrante. Entonces aquí estamos, en orden. Asumo que también usted lo está. Casada y con hijos, tal vez dos, ama de casa feliz. Con un marido que la quiere, que la merece. Preparándoles la comida todos los mediodías, porque llegan tan cansados de la escuela, porque llega tan cansado de la oficina. El domingo irán juntos al parque; como familia. Les gusta ir al parque como familia. Envidio tanto su felicidad señorita. Eso de tener familia por decisión propia y no tener como padres siete u ocho empleados del estado, o como hermanos cuatro pabellones de enfermos mentales. ¿Tiene idea de su suerte? ¿...Y como implica su suerte mi desgracia? ¿Cómo la lleva de la mano? ¿Recuerda cuándo decidió todo esto? Yo sí. Fue una tarde de primavera, en una plaza. No he de olvidarme nunca. Con decirle que aun la veo de espaldas irse para siempre, con mi corazón chorreándole de las uñas. Con ese vestidito floreado de colores claros. Si parecía la primavera misma. Tengo al menos cinco cuadernos de cuarenta y ocho hojas cada uno describiendo aquel momento. Cito una frase de alguno de ellos que me ha resultado particularmente bonita: “...y la miré y me sentí un niño. Y ella se alejó, esperando para siempre que yo creciera.” Es bonita, ¿cierto? Debo agradecerle entonces. Todo su amor antes y toda su ausencia después. Todo lo que ha sido y todo lo que nunca será, todo lo que tendré que inventarme para que siga existiendo aquí dentro, conmigo. Debo agradecerle mi locura en definitiva. Creo que hoy es un buen día, un día adecuado más bien, hoy es mi aniversario en este lugar. Recuerdo que esa mañana tenía mucha rabia y quería insultarlos a todos, pero solo podía pronunciar su nombre. No sé por qué. Lo grité como cinco horas seguidas hasta que me drogaron. Al otro día unas hojas y unos crayones de colores. Pero yo no dibujé. Ahí empezó todo este asunto de escribir. Los médicos dicen que mejoré, yo me veo igual que hace doce años. Me escucho gritar su nombre en este cuaderno. Y mi voz es cada vez más nítida, más fuerte. Lo bueno es que al cuaderno nadie puede drogarlo y yo puedo gritar todo lo que quiero. Momento: entonces si he mejorado. Experimento alguna especie de libertad quizá, si se me permite la paradoja. Y en este punto no puedo evitar una sonrisa. Esta carta parece un diccionario de paradojas. Compartir mi habitación con alguien ausente, sufrir en paz, gritar desde un cuaderno. Es extraño, no importa cuánto me esfuerce por escribir como un cuerdo, me sigo leyendo como un loco. Bueno, viene siendo hora de que me vaya a acostar. He estado toda la noche haciendo una carta inútil y necesito dormir para mañana poder escribir otra. A esta tampoco la arrancaré del cuaderno, me gusta la sumatoria. Pareciera que fuera a escribir una gran novela cuando en realidad es siempre lo mismo. ¿No le digo?, estoy muy loco. Soñaré con usted señorita. Permítame. Con el último beso que me dio y con sus uñas manchadas del corazón mío. Con las conjeturas de siempre, sobre usted hoy y sobre nosotros si algunas cosas hubieran sido diferentes. Si por ejemplo yo no la hubiera engañado, si por ejemplo mi cordura de hace tiempo, no la hubiera maltratado tanto.


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Creado Por Ezequiel Miere

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